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La Danza de lss Musas I

Prólogo     Vivo en un  pueblo que no tiene mar, pero descansa en la ladera de unas montañas, realmente especiales. No son los Alpes, que alzarían sus  picos hasta nuestro cielo azul,  ni, salvo raras excepciones, blanquean,  como las del Kilimanjaro, pero son anchas, levemente escarpadas, integran el paisaje que define al Pueblo,  y cuando las estelas alargadas de nubes,  se instalan sobre las casas, conforman un etéreo belén. Las paredes  son  casi lisas y blancuzcas.  La vegetación se ha hundido en pequeñas fisuras,  formando árboles diminutos, que nunca crecerán.  En la cima, la  flora es abundante, con gran cantidad de pinos, que rectos o inclinados, levantan las ramas perpendiculares al cielo.  El viento, casi  siempre  suave,   cimbrea  su  espíritu,  en conversación  eterna.  Más  bien en murmullo  eterno,  salvo  cuando  los relámpagos las iluminan y el  trueno retumba, como una salida  de tono, de tan callada naturaleza.        Si cuento el tiempo pasado, hace muchos años que